M'ho varen contar i ho vaig oblidar. Ho vaig veure i ho vaig entendre. Ho vaig fer i ho vaig aprendre. Confucio, 551-479 a.

dimecres, 1 de juny del 2016

Hestia/ Vesta diosa Griega

      Hestia
En la mitología griega, Hestia es la diosa de la cocina, la arquitectura, el hogar, o, más apropiadamente, del fuego que da calor y vida a los hogares. Es una diosa pacífica. Su culto se asemejaba a la escrita Tabiti, y su equivalente romana sería la diosa Vesta, aunque el culto romano a ésta difería bastante del de los griegos.
Era la hija primogénita de los titanes Cronos y Rea, y la primera en ser devorada por su padre al nacer; por lo que fue la última expulsada del cuerpo de su padre cuando Zeus le entregó el vomitivo. Tras la guerra contra los Titanes, Hestia fue cortejada por Poseidón y por Apolo, pero juró sobre la cabeza de Zeus que permanecería siempre virgen, evitando así la primera disputa entre dioses olímpicos. El rey de los dioses le correspondió cediéndole la primera víctima de todos los sacrificios públicos y los lugares preeminentes de todas las casas.
Hestia era la primera a quien se le hacían las ofrendas en los banquetes, incluso antes que a Zeus. Se le solían sacrificar terneras de menos de un año, aludiendo a su virginidad.
Como diosa del hogar y la familia, Hestia apenas salía del Olimpo excepto para atender el oráculo de Delfos, y nunca se inmiscuía en las disputas de los dioses y los hombres, por lo que paradójicamente pocas veces aparece en los relatos mitológicos a pesar de ser una de las principales diosas de la religión griega y, posteriormente, romana.
Cuando Dioniso es admitido en el Olimpo, Hestia cede su puesto en el consejo de los doce dioses, mostrando otra vez su caracter pacífico. Dioniso fortaleció su categoría de dios olímpico y ella se dedicó por completo al cuidado del fuego sagrado del Olimpo.
Hestia inventó el arte de construir, por lo que con ella finalizaban siempre las oraciones a los dioses. De ella dependía la felicidad conyugal y la armonía de la familia. Extendió su protección sobre los altares, los palacios de los gobernantes y, por analogía, sobre los estados entendidos como el hogar de cada pueblo. De ella, por tanto, dependía la armonía y la felicidad de los habitantes de una ciudad. Con el paso del tiempo incluso se amplió su protección a todo el universo, asumiendo que un fuego sagrado místico daba vida a toda la naturaleza. En este sentido, en un estadio de la religión más evolucionado, se confundía su culto con el de diosas como Cibeles, Gea, Deméter o Artemisa






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